Una sesión BDSM es cualquier encuentro entre dos o más participantes, con actividad sexual (o no), con acceso genital (o no) en vivo (presencial) o a distancia.
Fantasías y actividades minoritarias aparte, una sesión BDSM típica es un encuentro entre dos personas, que son pareja formalmente establecida (muy habitualmente, matrimonio), que ya tienen acordados los límites de su actividad (qué se hace y qué no se hace), bien a través de un contrato de sumisión, bien de forma informal (lo más normal).
Preparación previa.
La parte que escoge el rol sumiso suele ir preparada (ropa, lencería, limpieza y actitud) según el acuerdo que tenga con la otra parte. Es decir, va sobre aviso de lo que va a pasar. ¿Por qué? Porque las relaciones formales tienen sus agendas compartidas, no se puede improvisar según qué (por ejemplo, una sesión de shibari) y la anticipación forma parte del proceso de excitación.
Un clásico en este sentido es enviar un WhatsApp, informando de que le espera sesión en casa… Un recurso útil, ya que si es que sí, la cosa se anticipa positivamente, y si es que no (porque vienen los suegros, hay que ir a comprar o no apetece) se puede avisar y se deshace el escenario con menos frustración.
Es decir, la parte sumisa es la que da el OK a la actividad.
La parte que tiene el rol dominante (el Amo o Ama), se anticipa al evento, se prepara el material (juguetes sexuales, ataduras, puntos de anclaje…), el texto (los insultos, la secuencia in crescendo de humillaciones) y, a grandes rasgos, la coreografía de cómo va a ir la acción (secuencia de posturas, momentos de empujar…) y procede a despejar las zonas de probable caída para minimizar la posibilidad de lesiones.
Ejecución.
Si la cosa continúa (no han venido los suegros, no hay que ir a comprar o cosas así) y el escenario se ha podido preparar; se produce una colisión teatralizada entre las partes que se inicia con el recordatorio de la palabra de seguridad.
A partir de aquí, generalmente, la parte sumisa adquiere un rol similar al de una estrellita de mar (obedece dócilmente, se deja atar, jadea, gime, finge defenderse, acumula orgasmos…) y la parte dominante, realiza la serie de acciones que se hayan pactado (azotar, insultar, atar…) siempre asumiendo el control de cada acción y sus posibles consecuencias:
Empujarla contra la pared (sin exceso de inercia), azotarla (sin que la fusta cruce demasiadas veces la misma zona de piel para no causar lesión), asfixiarla (contando los segundos para no excederse)…
El control de las acciones del Amo es tal que, en el caso de los hombres, no suelen tener erecciones durante esta fase, y esencialmente, representan un papel que da un intenso placer a la parte sumisa y obtiene una gran satisfacción de logro.
Acabando.
En algún punto de la interacción se suele incluir alguna forma de masturbación, coito, penetración o felación, y el varón obtiene algún orgasmo; y según estilos y ordenes, puede haberse producido un intercambio teatral de roles (por ej. «ordenar» que se ponga encima y asuma la tarea de «hacer correr» o «chupar»)
La finalización de la interacción no está tan ligada al orgasmo del hombre como suele ser en el sexo vainilla (o mainstream), ya que se puede continuar con el resto de actividades asociadas, dar margen a una recuperación de la erección, y proceder a un segundo asalto.
En algún punto, se decide terminar con la sesión BDSM, y se procede a la recuperación de la parte sumisa.
Recuperación (aftercare).
La recuperación de la parte sumisa es uno de los elementos del BDSM que más se obvian al tratarlo.
Cabe recordar que los participantes de BDSM mantienen una relación emocional sincera y se preocupan mutuamente de su bienestar. Puestos en situación, una de las partes acaba de ser, por ejemplo, azotada, atada, penetrada enérgicamente por diversos orificios, asfixiada, abofeteada, y probablemente tiene las articulaciones castigadas… Y, si la cosa ha ido bien, estará sucia de diferentes y abundantes flujos, ha acumulado una tasa de orgasmos destacable y estará, razonablemente, fatigada.
Así, en la fase final de una sesión BDSM, la parte dominante (que, supuestamente, ha acabado más entera), limpia, revisa las posibles lesiones producidas (y aplica las cremas o curas que sean necesarias), masajea las zonas más castigadas y puede espolvorear talco, o incluso, bañar a la parte «sumisa».
Estas actividades de cuidado extremo son propias del BDSM (aunque también se pueden dar en parejas consideradas mainstream) y contribuyen notablemente a la formación del vínculo de intimidad en la pareja BDSM.
Por supuesto, su aplicación excesiva y monotemática es una desviación parafílica: infantilismo parafílico o autonepiofilia y requiere un abordaje terapéutico.
Pero, de forma resumida, en el entorno BDSM, asumir un rol infantilizado que es cuidado y protegido por otro más poderoso (el rol del Amo) se trata de una cesión de poder voluntaria e instrumental, es decir, una continuación temática del rol sumiso en el BDSM.
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